viernes, abril 30, 2010

The paradox of knowledge society - Talking to Hiroshi Tasaka

La paradoja de la sociedad del conocimiento

A continuación, una interesante conversación con Hiroshi Tasaka.



La revolución de la web 2.0 ha creado un nuevo mundo: el de la sabiduría colectiva. Si formulas una pregunta en una comunidad, las respuestas que se obtienen pueden llegar a ser mucho más valiosas que la de un experto. Esto está pasando hoy en día. Antes, la innovación sólo se obtenía de los genios, de las personas capaces de ver más allá de un problema. Hoy, éstos siguen existiendo, pero tenemos que incentivar la sabiduría de las comunidades de personas, en otras palabras, la inteligencia colectiva. Internet es una herramienta perfecta para recopilar y compartir esa sabiduría. Habrá que aprender a gestionar la inteligencia colectiva, y llegar a una nueva definición del concepto de innovación.

Él es un filósofo, ingeniero y profesor de las Universidad de Tama, fundador del Sophia Bank y autor de numerosos libros sobre gestión del trabajo, estrategia de negocios, los modelos de cambio social y la revolución interneteana de la Web 2.0. Hiroshi Tasaka, uno de los pensadores sociales más importantes de Japón, plantea que el gran problema actual es la consecución de la felicidad en todos los aspectos de la vida. El hombre actual no es feliz y busca los medios para alcanzar la felicidad. A través de cinco historias, Tasaka da las claves para tener una vida más plena y con significado. Lo más importante para él es abrazar un ideal e intentar realizarlo, con la mira puestas en el futuro, pero sin dejar de tener los pies en la tierra del presente. El objetivo es alcanzar esa cumbre, ese ideal realizado, pero lo más importante es el camino, la escalada de la montaña de la vida. El autor plantea las preguntas y da las claves para que cada lector encuentre sus respuestas, de manera que no da recetas aplicables para todo el mundo. Se trata de un libro para reflexionar.

Hiroshi Tasaka es licenciado de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Tokio y en 1981 obtuvo el doctorado en ingeniería nuclear por la misma universidad. Desde 1987 trabaja como investigador invitado en el Batelle Memorial Institute y en los Pacific Northwest Nacional Laboratorios en los Estados Unidos. En 1990 fundó el Instituto de Investigación Japonés. En el año 2000 se convirtió en profesor de la Univerdad Tama en Tokio y fundó el Thintank SophiaBank, un banco de ideas que promociona y apoya a emprendedores sociales y propone nuevas visiones, políticas y estrategias para fomentar la innovación y el cambio en la sociedad global. En 2003, profundizó en este campo con el establecimiento del Foro Social de Emprendedores en Japón (JSEF, en sus siglas en inglés) para promover la colaboración entre los emprendedores sociales en Japón. En 2006 lanzó la emisora de radio SophiaBank en Internet, que es la primera emisora creado por un banco de ideas en Japón.

Tasaka es un filósofo que ha planteado un amplio abanico de ideas y teorías: filosofía de vida y trabajo, de gestión y empresarial; estrategias corporativas e industriales, políticas sociales y gubernamentales, una visión de la revolución de Internet y de la sociedad del conocimiento, y también sobre el cambio de paradigma del conocimiento en la sociedad humana. Es autor de más de cuarenta libros.
http://www.youtube.com/watch?v=5TgXaaHPhAs&feature=player_embedded
http://www.hiroshitasaka.jp/

martes, abril 27, 2010

Una lección sobre el liderazgo.- Por Eduardo Zaplana, delegado de Teléfonica para Europa y ex portavoz del Grupo Popular en el Congreso (29/07/08

Este artículo fue muy interesante en su día y lo sigue siendo..
Ayer se cumplieron 28 años de la muerte de uno de los grandes políticos de nuestra reciente democracia: Joaquín Garrigues Walker. El fue una de las personalidades que nos dejaron huella a quienes tuvimos la oportunidad de conocerle y, sin duda, el líder que más influyó a una generación de jóvenes liberales cuando las libertades en España eran todavía una quimera.
Nos influyó por su capacidad política, pero también por su ejemplo de compromiso cívico y democrático. En un país en el que se desaconsejaba a los jóvenes involucrarse en la vida pública, él siempre dio la cara por las libertades y animó a que diéramos un paso adelante, porque el sueño de un país libre valía la pena.
El mismo dio testimonio durante la Dictadura, cuando no aceptó acomodarse al oficialismo, rechazó la sombra apacible de las prebendas del régimen y prefirió tomar partido en las actividades de la oposición democrática. Porque a pesar de los riesgos e incomodidades que pudiera suponer esa labor, para él era un imperativo ciudadano.
Garrigues se implicó en traer la democracia y también en ayudar a que se consolidase cuando todavía muchos no creían en ella. Algunos de ésos, más tarde instalados en otras ideologías compatibles con el nuevo escenario democrático, le acusarían de conservadurismo. A él, que siempre fue un liberal.
Con gran generosidad compartió el centro político con quienes viniendo del Franquismo necesitaban credenciales democráticas para la nueva etapa de la Historia de España que se iniciaba y que, sin duda, también ayudaron a crear. El mismo reconoció la labor histórica desempeñada por Adolfo Suárez cuando, ya gravemente enfermo, abandonó por unas horas la clínica en la que estaba ingresado y acudió a votar a favor del presidente y en contra de la moción de censura del PSOE. Muchos todavía seguimos recordando cuando el propio Felipe González, en aquel difícil día, le reconoció su coraje, convicciones y lealtad. Eran los tiempos de la Transición.
Había soñado y trabajado por una España en democracia y pudo ver cumplida su aspiración. Tuvo en esto, como en tantas otras cosas, una vida corta pero plena. A pesar de ello, la convivencia ideológica dentro del proyecto de la UCD de posturas liberales con otras que no lo eran le trajo no pocos sinsabores, de los que él mismo dejó constancia en varios artículos de opinión. Algunos todavía recordamos, a pesar de los años, aquel que tituló: El pelícano que se descolgó de la jaula de oro. Al fin y al cabo, era lógico que no confiaran en la fuerza del liberalismo quienes nunca habían sido liberales.
Nunca hizo de la sonrisa una mueca estética. Pero le tocó sufrir a gentes de espíritu limitado que confunden la naturalidad, la buena educación, o las buenas formas, con actitudes frívolas o poco fiables. Sus profundas convicciones democráticas eran compatibles con esas buenas formas e incluso con la simpatía hacia el adversario.
En todas las circunstancias dio la cara por las libertades y nunca rehuyó la batalla política. Lo suyo no fue un ejercicio retórico o de oportunidad, sino un compromiso moral y personal. Para él era algo evidente. Nunca necesitó cambiar de estrategia porque siempre estuvo con la libertad, sin ambages ni dobleces.
Cuando se habla de principios conviene decir cuáles son en concreto. El, como buen liberal, tenía pocos pero muy firmes, el más importante de los cuales era la libertad. Al contrario que otros, no necesitó maquillar una biografía política, porque su vida política hablaba por sí misma.
Por eso siempre fue capaz de imponerse sobre las circunstancias adversas. En eso consiste el liderazgo, en no ser esclavo de los acontecimientos sino en afrontar la realidad del momento sin complejos, con ideas y con equipo.
Estuvo en minoría durante la Dictadura, pero su resistencia y la de muchos otros dio los frutos que hoy todos podemos compartir. También se quedó en minoría en el seno de los gobiernos de la UCD. Qué comparación con algunos que siempre están con la mayoría en la política de bambalinas, aunque no hayan encontrado respaldo ciudadano en su andadura política.
En política no siempre se gana. La victoria y la derrota son pasajeras. Ahí están los ejemplos de Churchill, De Gaulle, Reagan o Mitterrand, que perdieron y se quedaron en minoría, incluso en sus respectivos partidos, y a los que sus conciudadanos no dudaron en acudir cuando pensaron que sus ideas eran necesarias para afrontar los desafíos de sus sociedades.
Frente a quienes entendían la política como una dependencia salarial o una posición social, aquellos que estuvieron con los principios pudieron escribir algunos de los renglones más brillantes de la historia de la libertad. Como nos advirtió Garrigues a los jóvenes liberales entonces, si no se actúa de esa forma en la vida, «tu guitarra libertaria habrá dejado de cantar».
Joaquín se quedó en minoría, perdió, y fueron otros quienes llevaron el rumbo de la nave de la UCD al final que todos conocemos, probablemente porque, entre otras causas difíciles propias de la época, no se supo poner en valor la gran obra realizada y pudieron los complejos.
Como nos escribió días antes de fallecer a un grupo de jóvenes liberales, «ya te digo, al principio lucharás contracorriente pero tú verás el alba que hemos intuido otros, modestamente». Tuvo que pasar casi una década, hasta la refundación del Partido Popular en 1990 (desde unos presupuestos liberales que impulso José María Aznar), para que en seis años se lograse no sólo derrotar a una izquierda que muchos creían hegemónica, sino además garantizar altas cuotas de progreso y cohesión social.
El compromiso político de Joaquín Garrigues no estaba basado sólo en una ambición legítima, sino en un compromiso ético y ciudadano con sus compañeros políticos. Un compromiso que no era abstracto, sino real. Por eso dio la cara en todo momento por las personas que le acompañaban en sus proyectos políticos. En un ámbito, como es la política, en el que muchos consideran que la deslealtad es un elemento más del paisaje, él, a quien siempre le tocó jugar a la contra, fue un hombre leal con su gente. Tanto en los buenos como en los malos momentos. Su generosidad hacía que asumiese los errores en primera persona del singular y los aciertos en primera persona del plural. Al fin y al cabo, en eso también consiste el liderazgo. Recordemos, por citar sólo un ejemplo -y al margen de otras consideraciones- las declaraciones de Margaret Thatcher después de la acción de la policía británica en Gibraltar en 1988, asumiendo con una clara prueba de liderazgo toda la responsabilidad en momentos de enorme presión política; o, sin ir más lejos, recordemos también el dos por uno de Felipe González.
Garrigues, que era un liberal resistente, nos advertía a los entonces jóvenes liberales que «el enemigo acecha por doquier a derecha e izquierda», porque siempre hay quien quiere controlar y dirigir dejando de lado el protagonismo de los ciudadanos. Por eso veía con sarcasmo tanto los complejos de la derecha conservadora como los errores del socialismo real.
La democracia y las libertades son una lucha diaria. En todo momento hay quienes pretenden dictar en qué creer o cómo pensar. Gentes que pretenden imponer estilos de vida timoratos o conservadores en los que se rehúye del compromiso político por miedo a equivocarse y perder un ápice de influencia.
Como dijo de él su amigo y compañero en tantas batallas políticas, Antonio Fontán -hoy marqués de Guadalcanal-, «el suyo fue un liberalismo ajeno a toda confesionalidad, tanto religiosa como laicista». Hay mucha gente a la que le cuesta aceptar esa libertad de espíritu, el no tener más dogmas que la libertad.
Se involucró en la vida pública, entre otras razones, para evitar que la sociedad civil se viese condenada a la parálisis de tener que estar siempre pendiente del poder. Para que hubiese una sociedad fuerte y autónoma constituida por ciudadanos que disfrutasen plenamente de sus derechos y libertades.
No sé qué papel hubiera jugado en estos años. Seguro que relevante. Pero lo más importante es que muchos seguimos recordándole, orgullosos de haber disfrutado de su amistad y analizando la política con el sentido del humor y la lealtad que algunos nunca concitarán cuando los tiempos se vuelven adversos. Eso mismo ocurre con Chimo Muñoz Peirats, o con las enseñanzas y estímulos de Antonio Fontán o Luis Miguel Enciso y tantos amigos que han dado dignidad al ejercicio de la actividad política.
Hace 28 años se fue prematuramente un político al que todavía le quedaba mucho que aportar y que decir. Quienes tuvimos la fortuna de seguir sus empresas políticas le recordamos todavía con nostalgia. Joaquín Garrigues fue un político que, al andar, supo hacer camino. A él, como a Adolfo Suárez, les seguimos recordando por lo que fueron y por lo que hicieron. Muchos de los que en su día les dejaron en minoría, sin embargo hoy han quedado relegados al olvido.

lunes, abril 26, 2010

LIBERALISMO


El liberalismo es una corriente de pensamiento (filosófico y económico) y de acción política que propugna limitar al máximo el poder coactivo del Estado sobre los seres humanos y la sociedad civil. Así, forman parte del ideario liberal la defensa de la economía de mercado (también denominada "sistema capitalista" o de "libre empresa"); la libertad de comercio (librecambismo) y, en general, la libre circulación de personas, capitales y bienes; el mantenimiento de un sistema monetario rígido que impida su manipulación inflacionaria por parte de los gobernantes; el establecimiento de un Estado de Derecho, en el que todos los seres humanos -incluyendo aquellos que en cada momento formen parte del Gobierno- estén sometidos al mismo marco mínimo de leyes entendidas en su sentido "material" (normas jurídicas, básicamente de derecho civil y penal, abstractas y de general e igual aplicación a todos); la limitación del poder del Gobierno al mínimo necesario para definir y defender adecuadamente el derecho a la vida y a la propiedad privada, a la posesión pacíficamente adquirida, y al cumplimiento de las promesas y contratos; la limitación y control del gasto público, el principio del presupuesto equilibrado y el mantenimiento de un nivel reducido de impuestos; el establecimiento de un sistema estricto de separación de poderes políticos (legislativo, ejecutivo y judicial) que evite cualquier atisbo de tiranía; el principio de autodeterminación, en virtud del cual cualquier grupo social ha de poder elegir libremente qué organización política desea formar o a qué Estado desea o no adscribirse; la utilización de procedimientos democráticos para elegir a los gobernantes, sin que la democracia se utilice, en ningún caso, como coartada para justificar la violación del Estado de Derecho ni la coacción a las minorías; y el establecimiento, en suma, de un orden mundial basado en la paz y en el libre comercio voluntario, entre todas las naciones de la tierra. Estos principios básicos constituyen los pilares de la civilización occidental y su formación, articulación, desarrollo y perfeccionamiento son uno de los logros más importantes en la historia del pensamiento del género humano. Aunque tradicionalmente se ha afirmado que la doctrina liberal tiene su origen en el pensamiento de la Escuela Escocesa del siglo XVIII, o en el ideario de la Revolución Francesa, lo cierto es que tal origen puede remontarse incluso hasta la tradición más clásica del pensamiento filosófico griego y de la ciencia jurídica romana. Así, sabemos gracias a Tucídides (Guerra del Peloponeso), como Pericles constataba que en Atenas "la libertad que disfrutamos en nuestro gobierno se extiende también a la vida ordinaria, donde lejos de ejercer éste una celosa vigilancia sobre todos y cada uno, no sentimos cólera porque nuestro vecino haga lo que desee"; pudiéndose encontrar en la Oración Fúnebre de Pericles una de las más bellas descripciones del principio liberal de la igualdad de todos ante la ley.

Posteriormente en Roma se descubre que el derecho es básicamente consuetudinario y que las instituciones jurídicas (como las lingüísticas y económicas) surgen como resultado de un largo proceso evolutivo e incorporan un enorme volumen de información y conocimientos que supera, con mucho, la capacidad mental de cualquier gobernante, por sabio y bueno que éste sea. Así, sabemos gracias a Cicerón (De re publica, II, 1-2) como para Catón "el motivo por el que nuestro sistema político fue superior a los de todos los demás países era éste: los sistemas políticos de los demás países habían sido creados introduciendo leyes e instituciones según el parecer personal de individuos particulares tales como Minos en Creta y Licurgo en Esparta... En cambio, nuestra república romana no se debe a la creación personal de un hombre, sino de muchos. No ha sido fundada durante la vida de un individuo particular, sino a través de una serie de siglos y generaciones. Porque no ha habido nunca en el mundo un hombre tan inteligente como para preverlo todo, e incluso si pudiéramos concentrar todos los cerebros en la cabeza de un mismo hombre, le sería a éste imposible tener en cuenta todo al mismo tiempo, sin haber acumulado la experiencia que se deriva de la práctica en el transcurso de un largo periodo de la historia". El núcleo de esta idea esencial, que habrá de constituir el corazón del argumento de Ludwig von Mises sobre la imposibilidad teórica de la planificación socialista, se conserva y refuerza en la Edad Media gracias al humanismo cristiano y a la filosofía tomista del derecho natural, que se concibe como un cuerpo ético previo y superior al poder de cada gobierno terrenal. Pedro Juan de Olivi, San Bernardino de Siena y San Antonino de Florencia, entre otros, teorizan sobre el papel protagonista que la capacidad empresarial y creativa del ser humano tiene como impulsora de la economía de mercado y de la civilización. Y el testigo de esta línea de pensamiento se recoge y perfecciona por esos grandes teóricos que fueron nuestros escolásticos durante el Siglo de Oro español, hasta el punto de que uno de los más grandes pensadores liberales del siglo XX, el austriaco Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de Economía en 1974, llegó a afirmar que "los principios teóricos de la economía de mercado y los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseñados, como se creía, por los calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español". Así, Diego de Covarrubias y Leyva, arzobispo de Segovia y ministro de Felipe II, ya en 1554 expuso de forma impecable la teoría subjetiva del valor, sobre la que gira toda economía de libre mercado, al afirmar que "el valor de una cosa no depende de su naturaleza objetiva sino de la estimación subjetiva de los hombres, incluso aunque tal estimación sea alocada"; y añade para ilustrar su tesis que "en las Indias el trigo se valora más que en España porque allí los hombres lo estiman más, y ello a pesar de que la naturaleza del trigo es la misma en ambos lugares". Otro notable escolástico, Luis Saravia de la Calle, basándose en la concepción subjetivista de Covarrubias, descubre la verdadera relación que existe entre precios y costes en el mercado, en el sentido de que son los costes los que tienden a seguir a los precios y no al revés, anticipándose así a refutar los errores de la teoría objetiva del valor de Carlos Marx y de sus sucesores socialistas. Así, en su Instrucción de mercaderes (Medina del Campo 1544) puede leerse: "Los que miden el justo precio de la cosa según el trabajo, costas y peligros del que trata o hace la mercadería yerran mucho; porque el justo precio nace de la abundancia o falta de mercaderías, de mercaderes y dineros, y no de las costas, trabajos y peligros".

Otra notable aportación de nuestros escolásticos es su introducción del concepto dinámico de competencia (en latín concurrentium), entendida como el proceso empresarial de rivalidad que mueve el mercado e impulsa el desarrollo de la sociedad. Esta idea les llevó a su vez a concluir que los llamados "precios del modelo de equilibrio", que los teóricos socialistas pretenden utilizar para justificar el intervencionismo y la planificación del mercado, nunca podrán llegar a ser conocidos. Raymond de Roover (Scholastics Economics, 1955) atribuye a Luis de Molina el concepto dinámico de competencia entendida como "el proceso de rivalidad entre compradores que tiende a elevar el precio", y que nada tiene que ver con el modelo estático de "competencia perfecta" que hoy en día los llamados "teóricos del socialismo de mercado" ingenuamente creen que se puede simular en un régimen sin propiedad privada. Sin embargo, es Jerónimo Castillo de Bovadilla el que mejor expone esta concepción dinámica de la libre competencia entre empresarios en su libro Política para corregidores publicado en Salamanca en 1585, y en el que indica que la más positiva esencia de la competencia consiste en tratar de "emular" al competidor. Bovadilla enuncia, además, la siguiente ley económica, base de la defensa del mercado por parte de todo liberal: "los precios de los productos bajarán con la abundancia, emulación y concurrencia de vendedores". Y en cuanto a la imposibilidad de que los gobernantes puedan llegar a conocer los precios de equilibrio y demás datos que necesitan para intervenir en el mercado, destacan las aportaciones de los cardenales jesuitas españoles Juan de Lugo y Juan de Salas. El primero, Juan de Lugo, preguntándose cuál puede ser el precio de equilibrio, ya en 1643 concluye que depende de tan gran cantidad de circunstancias específicas que sólo Dios puede conocerlo ("pretium iustum mathematicum licet soli Deo notum"). Y Juan de Salas, en 1617, refiriéndose a las posibilidades de que un gobernante pueda llegar a conocer la información específica que se crea, descubre y maneja en la sociedad civil afirma que "quas exacte comprehendere et pondedare Dei est non hominum", es decir, que sólo Dios, y no los hombres, puede llegar a comprender y ponderar exactamente la información y el conocimiento que maneja un mercado libre con todas sus circunstancias particulares de tiempo y lugar. Tanto Juan de Lugo como Juan de Salas anticipan, pues, en más de tres siglos, las más refinadas aportaciones científicas de los pensadores liberales más conspicuos (Mises, Hayek). Por otro lado, tampoco debemos olvidar al gran fundador del Derecho Internacional Francisco de Vitoria, a Francisco Suárez y a su escuela de teóricos del derecho natural, que con tanta brillantez y coherencia retomaron la idea tomista de la superioridad moral del derecho natural frente al poder del estado, aplicándola con éxito a múltiples casos particulares que, como el de la crítica moral a la esclavización de los indios en la recién descubierta América, exigían una clara y rápida toma de posición intelectual. Pero, sin duda alguna, el más liberal de nuestros escolásticos ha sido el gran padre jesuita Juan de Mariana (1536-1624) que llevó hasta sus últimas consecuencias lógicas la doctrina liberal de la superioridad del derecho natural frente al poder del estado y que hoy han retomado filósofos liberales tan importantes como Murray Rothbard y Robert Nozick. Especial importancia tiene el desarrollo de la doctrina sobre la legitimidad del tiranicidio que Mariana desarrolla en su libro De rege et regis institutione publicado en 1599. Mariana califica de tiranos a figuras históricas como Alejandro Magno o Julio Cesar, y argumenta que está justificado que cualquier ciudadano asesine al que tiranice a la sociedad civil, considerando actos de tiranía, entre otros, el establecer impuestos sin el consentimiento del pueblo, o impedir que se reúna un parlamento libremente elegido. Otras muestras típicas del actuar de un tirano son, para Mariana, la construcción de obras públicas faraónicas que, como las pirámides de Egipto, siempre se financian esclavizando y explotando a los súbditos, o la creación de policías secretas para impedir que los ciudadanos se quejen y expresen libremente. Otra obra esencial de Mariana es la publicada en 1609 con el título De monetae mutatione, posteriormente traducida al castellano con el título de Tratado y discurso sobre la moneda de vellón que al presente se labra en Castilla y de algunos desórdenes y abusos. En este notable trabajo Mariana considera tirano a todo gobernante que devalúe el contenido de metal de la moneda, imponiendo a los ciudadanos sin su consentimiento el odioso impuesto inflacionario o la creación de privilegios y monopolios fiscales. Mariana también critica el establecimiento de precios máximos para "luchar contra la inflación", y propone la reducción del gasto público como principal medida de política económica para equilibrar el presupuesto. Por último, en 1625, el padre Juan de Mariana publicó otro libro titulado Discurso sobre las enfermedades de la Compañía en el que ahonda en la idea liberal de que es imposible que el gobierno organice la sociedad civil en base a mandatos coactivos, y ello por falta de información. Mariana, refiriéndose al gobierno dice que "es gran desatino que el ciego quiera guiar al que ve", añadiendo que el gobernante "no conoce las personas, ni los hechos, a lo menos, con todas las circunstancias que tienen, de que pende el acierto. Forzoso es se caiga en yerros muchos, y graves, y por ellos se disguste la gente, y menosprecie gobierno tan ciego"; concluyendo Mariana que "es loco el poder y mando", y que cuando "las leyes son muchas en demasía; y como no todas se pueden guardar, ni aun saber, a todas se pierde el respeto".

Toda esta tradición se filtra por los ambientes intelectuales de todo el continente europeo influyendo en notables pensadores liberales de Francia como Balesbat (1692), el marqués D'Argenson (1751) y, sobre todo, Jacques Turgot, que desde mucho antes que Adam Smith, y siguiendo a los escolásticos españoles ya había articulado perfectamente el carácter disperso del conocimiento que incorporan las instituciones sociales entendidas como órdenes espontáneos. Así, Turgot, en su Elegía a Gournay (1759) escribe que "no es preciso probar que cada individuo es el único que puede juzgar con conocimiento de causa el uso más ventajoso de sus tierras y esfuerzo. Solamente él posee el conocimiento particular sin el cual hasta el hombre más sabio se encontraría a ciegas. Aprende de sus intentos repetidos, de sus éxitos y de sus pérdidas, y así va adquiriendo un especial sentido para los negocios que es mucho más ingenioso que el conocimiento teórico que puede adquirir un observador indiferente, porque está impulsado por la necesidad". Y siguiendo a Juan de Mariana, Turgot concluye que es "completamente imposible dirigir mediante reglas rígidas y un control continuo la multitud de transacciones que aunque sólo sea por su inmensidad no puede llegar a ser plenamente conocida, y que además dependen de una multitud de circunstancias siempre cambiantes, que no pueden controlarse, ni menos aún preverse".

Desafortunadamente, toda esta tradición liberal del pensamiento hispano fue barrida en la teoría y en la práctica, como indica Francisco Martínez Marina (Teoría de las Cortes o Grandes Juntas Nacionales de los Reinos de León y Castilla) por los Austrias y los Borbones que han producido una "monstruosa reunión de todos los poderes en una persona, el abandono y la abolición de las Cortes y siglos de esclavitud del más horroroso despotismo". Se termina de consolidar así en nuestro país un marco político y social intolerante e intervencionista ajeno a las más genuinas tradiciones representativas y liberales de los viejos reinos de España: la antigua tolerancia y modus vivendi entre las tres religiones de judíos, moros y cristianos de la época de Alfonso X El Sabio, es sustituida por la intolerancia religiosa de los Reyes Católicos y sus sucesores, que Americo Castro (La realidad histórica de España) y otros han interpretado como una desviación mimética de la cultura y sociedad españolas que paradójicamente terminan reflejando e incorporando en su esencia más íntima las características más negativas de sus seculares "enemigos": el integrismo religioso musulmán justificador de la Guerra Santa contra el infiel, y la obsesión por la pureza de la sangre, propia del pueblo judío. No se absorben, por contra, la proverbial iniciativa y espíritu empresarial de los comerciantes y artesanos hebreos y moriscos que hasta su expulsión constituyeron la médula económica del país. En España se termina menospreciando, por considerarse impropia de cristianos viejos, la función empresarial y prácticamente hasta hoy el éxito económico se valora negativamente a nivel social y se critica con envidia destructiva, en vez de ser considerado como una sana y necesaria muestra del avance de la civilización, que es preciso emular y fomentar. Si a todo esto añadimos la "Leyenda Negra" que impulsada por el mundo protestante y anglosajón tuvo como objetivo desprestigiar todo lo español, se comprenderá la soledad y el vacío ideológico con que se hallaron los ilustrados españoles del siglo XVIII, como Campomanes y Jovellanos, y los padres de la patria reunidos en las Cortes de Cádiz que habrían de redactar nuestra primera Constitución de 1812, y que fueron los primeros en el mundo en calificarse a sí mismos con el término, introducido por ellos, de "liberales".

La situación en el resto del mundo intelectual europeo no evolucionó mucho mejor que en España. El triunfo de la Reforma protestante desprestigió el papel de la Iglesia Católica como límite y contrapeso del poder secular de los gobiernos, que se vio así reforzado. Además el pensamiento protestante y la imperfecta recepción en el mundo anglosajón de la tradición liberal iusnaturalista a través de los "escolásticos protestantes" Hugo Grocio y Pufendorf, explica la importante involución que respecto del anterior pensamiento liberal supuso Adam Smith. En efecto, como bien indica Murray N. Rothbard (Economic Thought before Adam Smith, 1995), Adam Smith abandonó las contribuciones anteriores centradas en la teoría subjetiva del valor, la función empresarial y el interés por explicar los precios que se dan en el mercado real, sustituyéndolas todas ellas por la teoría objetiva del valor trabajo, sobre la que luego Marx construirá, como conclusión natural, toda la teoría socialista de la explotación. Además, Adam Smith se centra en explicar con carácter preferente el "precio natural" de equilibrio a largo plazo, modelo de equilibrio en el que la función empresarial brilla por su ausencia y en el que se supone que toda la información necesaria ya está disponible, por lo que será utilizado después por los teóricos neoclásicos del equilibrio para criticar los supuestos "fallos del mercado" y justificar el socialismo y la intervención del Estado sobre la economía y la sociedad civil. Por otro lado, Adam Smith impregnó la Ciencia Económica de calvinismo, por ejemplo al apoyar la prohibición de la usura y al distinguir entre ocupaciones "productivas" e "improductivas". Finalmente, Adam Smith rompió con el Laissez-faire radical de sus antecesores iusnaturalistas del continente (españoles, franceses e italianos) introduciendo en la historia del pensamiento un "liberalismo" tibio tan plagado de excepciones y matizaciones, que muchos "socialdemócratas" de hoy en día podrían incluso aceptar. La influencia negativa del pensamiento de la Escuela Clásica anglosajona sobre el liberalismo se acentúa con los sucesores de Adam Smith y, en especial, con Jeremías Bentham, que inocula el bacilo del utilitarismo más estrecho en la filosofía liberal, facilitando con ello el desarrollo de todo un análisis pseudocientífico de costes y beneficios (que se creen conocidos), y el surgimiento de toda una tradición de ingenieros sociales que pretenden moldear la sociedad a su antojo utilizando el poder coactivo del Estado. En Inglaterra, Stuart Mill culmina esta tendencia con su apostasía del Laissez-faire y sus numerosas concesiones al socialismo, y en Francia, el triunfo del racionalismo constructivista de origen cartesiano explica el dominio intervencionista de la Ecole Polytechnique y del socialismo cientificista de Saint-Simon y Comte (véase F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science, 1955), que a duras penas logran contener los liberales franceses de la tradición de Juan Bautista Say, agrupados en torno a Frédéric Bastiat y Gustave de Molinari.

Esta intoxicación intervencionista en el contenido doctrinal del liberalismo decimonónico fue fatal en la evolución política del liberalismo contemporáneo: uno tras otro los diferentes partidos políticos liberales caen víctimas del "pragmatismo", y en aras de mantener el poder a corto plazo consensúan políticas de compromiso que traicionan sus principios esenciales confundiendo al electorado y facilitando en última instancia el triunfo político del socialismo. Así, el partido liberal inglés termina desapareciendo en Inglaterra engullido por el partido laborista, y algo muy parecido sucede en el resto de Europa. La confusión a nivel político y doctrinal es tan grande que en muchas ocasiones los intervencionistas más conspicuos como John Maynard Keynes, terminan apropiándose del término "liberalismo" que, al menos en Inglaterra, Estados Unidos y, en general, en el mundo anglosajón pasa a utilizarse para denominar la socialdemocracia intervencionista impulsora del Estado del Bienestar, viéndose obligados los verdaderos liberales a buscarse otro término definitorio ("classical liberals", "conservative libertarians" o, simplemente, "libertarians").

En este contexto de confusión doctrinal y política no es de extrañar que en nuestro país nunca haya cuajado una verdadera revolución liberal. Aunque en el siglo XIX se puede distinguir una señera tradición del más genuino liberalismo, con representantes tan conspicuos como Laureano Figuerola y Ballester, Alvaro Flórez Estrada, Luis María Pastor, y otros, se desarrolla doctrinalmente muy influida por el tibio liberalismo de la Escuela Anglosajona (la traducción española de José Alonso Ortiz de La Riqueza de las Naciones ya se había publicado en Santander en 1794), o por el racionalismo jacobino de la Revolución Francesa. En el ámbito político el liberalismo español se enfrenta primero a las poderosas fuerzas absolutistas y después al pragmatismo disgregador de los "moderados", todo ello en un entorno continuo de guerra civil desgarradora. De manera que el triunfo de la Gloriosa Revolución Liberal de 1868 es efímero y cuando se produce la Restauración Canovista de 1875, triunfa el arancel proteccionista y se traicionan principios liberales esenciales, por ejemplo en el ámbito de la autodeterminación del pueblo cubano, con un coste tremendo para la nación en términos de sufrimientos humanos. Y ya entrado el siglo XX la pérdida de contenido doctrinal del Partido Liberal Democrático se hace cada vez más patente y en cierta medida culmina con el "reformismo social" de José Canalejas que impregna su política de medidas intervencionistas y socializadoras, restablece el servicio militar obligatorio y sigue adelante con la inmoral y nefasta política de gradual implicación militar de nuestro país en Marruecos. En este contexto de vacío doctrinal no es de extrañar que los pocos españoles que continúan aceptando calificarse de "liberales" crean que el liberalismo, más que un cuerpo de principios dogmáticos a favor de la libertad, es un simple "talante" caracterizado por la tolerancia y apertura ante todas las posiciones. Así, para Gregorio Marañón (véase el "Prólogo" a sus Ensayos liberales) "ser liberal es, precisamente estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por tanto, es mucho más que una política". Posición que en gran medida es compartida por otros grandes liberales españoles de la primera mitad del siglo XX, como José Ortega y Gasset o Salvador de Madariaga, y que en gran parte explica por qué el protagonismo político, primero durante la Dictadura del General Primo de Ribera, después durante la República y más tarde durante el Franquismo, nunca estuviera en manos de verdaderos liberales, sino más bien en la esfera de ambos extremos del intervencionismo (el socialismo obrero o el fascismo o socialismo conservador o de derechas), o bajo el control de políticos racionalistas jacobinos como Manuel Azaña.

A pesar de que el siglo XX será tristemente recordado como el siglo del Estatismo y de los totalitarismos de todo signo que más sufrimiento han causado al género humano, en sus últimos veinticinco años se ha observado con gran pujanza un notable resurgir del ideario liberal que debe achacarse a las siguientes razones. Primeramente, al rearme teórico liberal protagonizado por un puñado de pensadores que, en su mayoría, pertenecen o están influidos por la Escuela Austriaca que fue fundada en Viena cuando Carl Menger retomó en 1871 la tradición liberal subjetivista de los Escolásticos Españoles. Entre otros teóricos, destacan sobre todo Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek que fueron los primeros en predecir el advenimiento de la Gran Depresión de 1929 como resultado del intervencionismo monetario y fiscal emprendido por los gobiernos durante los "felices" años veinte, en descubrir el teorema de la imposibilidad científica del socialismo por falta de información, y en explicar el fracaso de las prescripciones keynesianas que se hizo evidente con el surgimiento de la grave recesión inflacionaria de los años setenta. Estos teóricos han elaborado, por primera vez, un cuerpo completo y perfeccionado de doctrina liberal en el que también han participado pensadores de otras escuelas liberales menos comprometidas como la de Chicago (Knight, Stigler, Friedman y Becker), el "ordo-liberalismo" de la "economía social de mercado" alemana (Röpke, Eucken, Erhard), o la llamada "Escuela de la Elección Pública" (Buchanan, Tullock y el resto de los teóricos de los "fallos del gobierno"). En segundo lugar, cabe mencionar el triunfo de la llamada revolución liberal-conservadora protagonizada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en Estados Unidos e Inglaterra a lo largo de los años ochenta. Así de 1980 a 1988 Ronald Reagan llevó a cabo una importante reforma fiscal que redujo el tipo marginal del impuesto sobre la renta al 28 por 100 y desmanteló, en gran medida, la regulación administrativa de la economía, generando un importante auge económico que creó en su país más de 12 millones de puestos de trabajo. Y más cerca de nosotros, Margaret Thatcher impulsó el programa de privatizaciones de empresas públicas más ambicioso que hasta hoy se ha conocido en el mundo, redujo al 40 por ciento el tipo marginal del impuesto sobre la renta, acabó con los abusos de los sindicatos e inició un programa de regeneración moral que impulsó fuertemente la economía inglesa, lastrada durante decenios por el intervencionismo de los laboristas y de los conservadores más "pragmáticos" (como Edward Heath y otros). En tercer lugar, quizás el hecho histórico más importante haya sido la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento del socialismo en Rusia y en los países del Este de Europa, que hoy se esfuerzan por construir sus economías de mercado en un Estado de Derecho. Todos estos hechos han llevado al convencimiento de que el liberalismo y la economía de libre mercado son el sistema político y económico más eficiente, moral y compatible con la naturaleza del ser humano. Así, por ejemplo, Juan Pablo II, preguntándose si el capitalismo es la vía para el progreso económico y social ha contestado lo siguiente (véase Centessimus Annus, cap. IV, num. 42): "Si por 'capitalismo' se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, el mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de 'economía de empresa', 'economía de mercado', o simplemente 'economía libre'".

El pensamiento español no se ha mantenido ajeno a este resurgir mundial del liberalismo. Pensadores como Lucas Beltrán o Luis de Olariaga supieron mantener viva la llama liberal durante los largos años del autoritarismo franquista, llevándose a cabo un importante esfuerzo de estudio y popularización del ideario liberal por parte de los profesores, intelectuales y empresarios aglutinados en torno a la sociedad liberal Mont Pèlerin fundada por Hayek en 1947, y al proyecto de Unión Editorial que, a lo largo de los últimos 25 años, ha traducido, publicado y distribuido incansablemente en nuestro país las principales obras de contenido liberal escritas por pensadores extranjeros y nacionales. Entre éstos destacan los hermanos Joaquín y Luis Reig Albiol, Juan Marcos de la Fuente, Julio Pascual Vicente, Pedro Schwartz, Rafael Termes, Carlos Rodríguez Braun, Lorenzo Bernaldo de Quirós, Francisco Cabrillo, Joaquín Trigo, Juan Torras, Fernando Chueca Goitia y, como principal representante de la tradición liberal subjetivista en nuestro país, el prof. Jesús Huerta de Soto. La influencia de esta corriente doctrinal no ha dejado de sentirse en la vida política de nuestro país a partir del restablecimiento de la Monarquía constitucional, primero dentro de la extinta Unión del Centro Democrático a través de Antonio Fontán y del ya fallecido Joaquín Garrigues Walker; después vino el Partido Demócrata Liberal de Antonio Garrigues Walker, que integrado en el Partido Reformista de Miguel Roca no logró representación parlamentaria en las elecciones de 1986; posteriormente tuvieron representación parlamentaria la Unión Liberal de Pedro Schwartz y el Partido Liberal de Antonio Segurado, ambos integrados dentro, primero de Alianza Popular, y después en la Coalición Popular (1982-1987). Y tras los años de gobierno del PSOE, en los cuales, y a pesar de sus atentados al principio liberal de separación de poderes, también cupo distinguir una tímida corriente liberal de la mano de Miguel Boyer y Miguel Angel Fernández Ordóñez, tanto el Presidente del Gobierno del Partido Popular, José María Aznar, como alguno de sus ministros más significados (como Esperanza Aguirre y otros) no han dudado en calificarse como los herederos actuales del liberalismo y del centrismo político.

Dada la trágica trayectoria del socialismo a lo largo de este siglo no es aventurado pensar que el liberalismo se presenta como el ideario político y económico con más posibilidades de triunfar en el futuro. Y aunque quedan algunos ámbitos en los que la liberalización sigue planteando dudas y discrepancias -como, por ejemplo, el de la privatización del dinero, el desmantelamiento de los megagobiernos centrales a través de la descentralización autonómica y del nacionalismo liberal, y la necesidad de defender el ideario liberal en base a consideraciones predominantemente éticas más que de simple eficacia- el liberalismo promete como la doctrina más fructífera y humanista. Si España es capaz de asumir como propio este humanismo liberal y de llevarlo a la práctica de forma coherente es seguro que experimentará en el futuro un notable resurgir como sociedad dinámica y abierta, que sin duda podrá ser calificado como "Nuevo Siglo de Oro español".

lunes, abril 19, 2010

¿Por qué el bostezo se contagia de una persona a otra?







En 1986, el psicólogo americano Robert Provine consideró que el bostezo en el ser humano era el mejor ejemplo de lo que se conoce científicamente como un acto motor estereotipado, que puede iniciarse por una variedad de estímulos, en particular la observación de otra persona bostezando.
En la actualidad, su estudio se centra en un mejor conocimiento de algunas funciones del sistema nervioso central, que en este caso actúa de forma autónoma al recibir información de cansancio o aburrimiento, algo así como un mecanismo natural de aviso.
De hecho, el científico A. Argiolas cree que se debe a un vestigio evolutivo, cuyo significado original fue el de “despertar al hombre cuando perdía atención en condiciones de peligro.
¿has bostezado?

jueves, abril 15, 2010

Descubren en Egipto la tumba del encargado de los documentos reales de hace 3.000 años


Descubren en Egipto la tumba del encargado de los documentos reales de hace 3.000 años


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Los arqueólogos egipcios han descubierto una tumba de la dinastía XIX (1201-1315 a.C.) con el ataúd del encargado de los documentos reales de esta época, en la ciudad de Ismailiya, al este de El Cairo, informó hoy un comunicado oficial.

Según una nota del Consejo Supremo de Antigüedades (CSA), otras 35 tumbas del periodo romano (entre los siglos I y IV) han sido halladas en la zona de Tal el Masjuta, en Ismailiya.

El ataúd, de piedra caliza, contiene inscripciones por dentro y por fuera sobre su propietario, "Qen Amun", y su esposa "Isis", que trabajaba como cantante para el dios "Atum".

Además, cuenta con dibujos de escenas funerarias y sobre los cargos que ocupaba el fallecido.

La tumba que contenía el ataúd fue hallada cuatro metros bajo tierra.

Los arqueólogos creen que la tumba puede formar parte de un cementerio de más importancia entre un canal de Ismailiya y la carretera que une El Cairo con esta ciudad.

Este hallazgo se considera de gran envergadura, porque ofrecerá a los arqueólogos información sobre la historia del Delta del Nilo y de la entrada este de Egipto, añadió el texto.

En cuanto a las tumbas romanas, éstas han sido halladas en una etapa de la tierra más reciente de la otra que contenía el ataúd de la dinastía XIX.

Los arqueólogos descubrieron, asimismo, una fachada de piedra caliza que tiene inscripciones en egipcio antiguo sobre uno de los reyes de la dinastía XIX, cuyo nombre todavía se desconoce.

martes, abril 13, 2010

Diez cosas que las mujeres deben saber sobre el cerebro de los hombres


Cuando son pequeños son más emocionales que las niñas pero la sociedad les enseña a "ocultar sus emociones"



Antes de los 30 existen más probabilidades de que el hombre sea infiel pero, una vez casado, se centra en mantener a su familia.
La mayoría de las ideas sobre el cerebro masculino están basadas en estudios de hombres entre 18 y 22 años que han sido sometidos a experimentos, entre otros, sobre el precio de la cerveza. Pero el cerebro de un hombre varía de manera considerable a lo largo de su vida, contradiciendo la imagen tópica de 'hombre soltero adicto al sexo'.

Robin Nixon, en un artículo en Livescience.com titulado 10 Things Every Woman Should Know About a Man's Brain, hace una lista de los diez puntos clave que una mujer debería saber sobre el cerebro de los hombres.

1.- Son más emocionales. Habitualmente se considera que el género femenino es más emocional pero los niños pequeños son más expresivos y emocionales que las niñas. Los niños aprenden a ocultar las emociones sólo porque culturalmente se considera algo "impropio del hombre".
2.- Son más vulnerables a la soledad. Son particularmente sensible los hombres de avanzada edad, según explica el doctor Louann Brizendine, profesor de Psicología Clínica en la Universidad de California (San Francisco). Vivir con mujeres puede aminorar esta vulnerabilidad puesto que sus niveles hormonales disminuyen la ansiedad.
3.- Centrado en buscar soluciones. El Dr. Brizendine destaca que el sistema empático del cerebro masculino no responde cuando alguien tiene un problema, como ocurre en las mujeres, y la región 'Arréglalo' se activa y toma el control.
4.- Olvidan a su pareja si no la tienen delante.
Pranjal Mehta, un psicólogo social de la Universidad de Columbia en Nueva York, explica que los hombres se olvidan de su pareja cuando ésta desaparece de su campo visual.
5.- Defienden sus posesiones. Según el doctor Brizendine, parte del trabajo masculino es "la defensa del césped", como un modo de "defender el territorio". Los hombres son más propensos a volverse violentos cuando se enfrentan a una amenaza amorosa o de territorio.
6.- Necesitan una jerarquía. Una jerarquía inestable puede causar ansiedad en los hombres pero una cadena de mando establecida, como la practicada por los militares, reduce su agresión.
7.- En la madurez disminuye la competitividad. Cuando el cerebro masculino madura se preocupa más por las relaciones y la cooperación que cuando es joven, momento en el que le preocupa más competir por el estatus.
8.- Ser padre les hace sensibles. Cuando un hombre va a ser padre sufre unos cambios hormonales -sube la prolactina y disminuye la testosterona- fomentando de este modo los comportamientos paternos.
9.- La educación de los hijos. La forma en la que los padres juegan con sus hijos puede ayudar a éstos a ser más confidentes, a aprender mejor o a prepararlos para el mundo real. Los padres involucrados en la educación de sus hijos tienen niveles de testosterona más bajos.
10.- Campanadas de boda. Antes de los 30 existen más probabilidades de que el hombre sea infiel pero, una vez casado, se centra en mantener a su familia.

El Vaticano absuelve a los Beatles



Recuerda que John Lennon dije que la banda era "más grande que Jesucristo"

Han tenido que pasar más de 40 años y cumplirse un simbólico aniversario para que la Iglesia absuelva de sus pecados a la banda más famosa de Liverpool. Los comentarios de John Lennon o el supuesto satanismo de alguno de sus mensajes les costaron ese veto Vaticano.

El perdón eclesiástico llega a través de L'Osservatore Romano, que en su primera página define la música de los Beatles como "bella". Los comentarios del periódico oficial del Vaticano llegan precisamente después de que el pasado sábado se cumplieran 40 años desde la disolución de una de las bandas más populares de todos los tiempos.

El periódico recuerda que en su día los Beatles lanzaban a la opinión pública "misteriosos mensajes que posiblemente eran satánicos" y que John Lennon, en 1966 tuvo un desafortunado comentario, ante la multitud de fans enloquecidos que les seguían allí donde iban, en el que dijo que la banda era "más grande que Jesucristo".

En su día, aquella frase le costó a Lennon tener que comparecer en rueda de prensa para pedir perdón, después de que grupos religiosos en Estados Unidos protestaran por sus palabras -que también incluían una valoración sobre el 'declive' del cristianismo- y que en Sudáfrica incluso se llegara a vetar la discografía del grupo.

Sin embargo, más de 40 años más tarde L'Osservatore Romano entrega la absolución. "¿Qué sería de la música popular sin los Beatles?", se pregunta el diario, que en 2008 ya publicó que los comentarios de Lennon podían atribuirse a la "chulería de un joven músico inglés de la clase trabajadora que creció en la época de Elvis Presley y el rock and roll y que había disfrutado de un inesperado éxito".

En aquel momento, el periódico oficial del Vaticano consideró el White Album una "antología musical mágica". (RD/EP)

jueves, abril 08, 2010

El derecho protege la libertad: las leyes la matan

El derecho protege la libertad: las leyes la matan

Equivocaciones acerca del estado jurídico

Cien años constituyen un largo período, aún en la historia de nuestra cultura occidental. Las transformaciones ocurridas durante los últimos cien años no fueron quizás de tanta magnitud como los que tuvieron lugar en los inmediatamente anteriores, pero en algunos aspectos han sido ciertamente de repercusiones mayores de lo que habríamos deseado. La fundación de la Cámara de Industria y Comercio de Dortmund se llevó a cabo en el instante florido del liberalismo europeo y especialmente del alemán. Su decadencia era incontrovertible veinte años más tarde. Los siguientes cincuenta años condujeron directamente a un totalitarismo especialmente funesto para el pueblo alemán. Pero si Alemania, entonces, se adelantó al occidente, en general, en este tan aciago desarrollo, a finales del siglo tiene ciertamente una de las constituciones más liberales y uno de los órdenes económicos más libres del mundo. Ese fue uno de los más notables recomienzos que conozca la historia, y el experimento sigue siendo mucho más afortunado de lo que cualquiera hubiese osado pronosticar hace catorce años. Pero ¿podríamos esperar con razón haber asegurado la existencia de una sociedad de hombres libres? ¿O, al menos, saber cuáles son los inviolables requisitos que van a proteger tal orden de un nuevo socavamiento paulatino?

La ley orgánica dio un paso denodado cuando declaró como Estado jurídico a la República Federal -aun si calificó tal denominación con la maleable palabra «social». Pero, ¿constituye verdaderamente el Estado Jurídico, tal como se entiende hoy, una protección suficiente para la libertad personal? Creo que en todo caso se remonta a viejos conceptos que habrían podido significar una tal protección, pero no que esa función pueda ser llenada por la noción hoy predominante de lo que es Estado jurídico. La causa es la de que ya no logramos distinguir entre derecho y ley; que lo que llamamos Estado jurídico no es más que un Estado de leyes.


No creado sino hallado

La idea de libertad bajo el derecho, en los 2,500 años que han transcurrido desde que los antiguos griegos la concibieron, se ha conservado permanentemente sólo entre los pueblos que tomaron el derecho, no como la voluntad de ciertas personas, sino como el resultado de un proceso impersonal. Ni la Atenas clásica, la Roma Republicana, la postrera Edad Media, los Países Bajos del siglo XVII o la Inglaterra del XVIII, conocieron una legislación que, según el sentido moderno, pudiese arbitrariamente transformar el derecho de determinar las relaciones de los hombres entre sí o con el gobierno. Sus corporaciones legislativas regían
la conducción de los negocios del Estado y la administración de los medios confiados al gobierno. Pero el derecho que limitaba la libre esfera del individuo y fijaba las condiciones bajo las cuales él podía ser obligado a algo, emanaba, no de la caprichosa decisión de algunos hombres o de una mayoría, sino de una sala de juristas que, como jueces o legistas, creían no crear el derecho sino encontrarlo.


Nunca órdenes concretas

Tal vínculo de la creación del derecho al prejuicio judicial o al trabajo del jurisconsulto, tiene serias desventajas que han conducido a que este trabajo haya tenido que ser complementado por legislación exprofeso y, a menudo, especialmente en el continente europeo, totalmente suplantado por ella. Ese lazo hace casi imposible o extraordinariamente difícil la corrección de un desenvolvimiento reconocido erróneo del derecho y, puesto que está supeditado a un desarrollo gradual, dificulta, además excepcionalmente, la regulación de circunstancias completamente nuevas. Pero el mismo nexo denota, además, una inmensa ventaja: el derecho que de él emana puede constar únicamente de normas abstractas generales y nunca contiene órdenes concretas. Precisamente el que estas normas no sean generalmente expresadas por medio de palabras, sino que existan implícitas en el conjunto de los juicios anteriores, significaba que, como derecho, el juez reconocía solamente reglas globales de justicia y no órdenes de algún soberano o de una corporación representativa.

Es de suma importancia llegar a tener claridad respecto a esto: todos los grandes pensadores políticos que vieron la esencia de la libertad en que el individuo esté sujeto solamente a la ley y no a la voluntad de un gobernante, comprendían como la ley no todo lo que una corporación legislativa había decidido, sino exclusivamente aquellas normas generales de justicia, originadas de la tradición de la administración de la misma y del trabajo de los jurisconsultos. La asamblea popular en la Atenas de Pericles no estaba ni siquiera investida del derecho a cambiar el nomos -eso era reservado a nomotetas especiales- y podía solamente promulgar psefismata, ordenanzas. Cuando Cicerón escribía: «omnes legum servi summus, ut liberi esse possumus» (todos somos servidores de la ley para que podamos ser libres), se refería, no a las decisiones legislativas, sino al jus, derecho, que se había ido desarrollando lentamente. (Se ha dicho con razón que la traducción ciceroniana de nomos por lex, en cambio de jus, fue tan desafortunada como el reemplazo del concepto del imperio del derecho por el de la ley.


El olvidado concepto jurídico de la Common Law

Pero law fue, sobre todo para John Locke y los demás teóricos ingleses de la
libertad del siglo XVIII, a quienes debemos la reanimación del ideario clásico, exclusivamente el derecho de la common law; este derecho, de acuerdo con su naturaleza, podía constar únicamente de reglas generales que podían ser extraídas de los juicios previos. Todos estos decisivos conceptos del ideal clásico: the rule of law, the government of Iaw not of men or of wiIl y the government under the Iaw, se refieren a ese concepto jurídico y poseen sentido únicamente cuando los relacionamos al mismo, pero no cuando, en el sentido moderno, traducimos law como ley. Éstas son las nociones de las cuales se deriva el Estado jurídico del liberalismo continental. Desafortunadamente, sin embargo, aquél ha suplantado la idea de derecho por la ley, que, a su vez, llegó pronto a abarcar todo lo que podía decidir una corporación legislativa, o sea, más que el derecho en su acepción original.


Igualmente imperativo para todos

Antes de continuar la consideración de los efectos de este trastrocamiento de conceptos,
permítaseme demostrar con qué larga eficacia the rule of law, el dominio del derecho, como era entendido originalmente, protegía la libertad personal, y preguntar a la vez si ese dominio restringía injustamente la actividad del Estado en sus funciones legitimas.

Al respecto, debo, en primer lugar, circunscribir más exactamente el carácter del precepto
jurídico en el sentido más estricto, en el cual representa sólo una pequeña parte de lo que la ley puede ser. En el fondo, comprende lo que conocemos como derecho civil y penal, pero incluye totalmente el resto del derecho público, especialmente las ramas política y administrativa, así como la procesal. Preceptos jurídicos representan, en este sentido, reglas de conducta vigentes en medida igual no sólo para todos los ciudadanos, sino también para el Estado. Son generales y abstractas en el sentido de que no denominan, ni personas, ni momento o lugares determinados, y de que, en efecto, los alcances de su acción sobre determinadas personas conocidas no son previsibles. Se refieren únicamente a la conducta de las personas con respecto a las demás -y al Estado-, pero no a su esfera privada. Lo mismo ha sido también expresado, afirmando que tales nociones sirven para delimitar dicha esfera y protegerla contra todo, aun contra el Estado.

Ahora bien, el ideal clásico de rule of Iaw o de government under the law, de donde se deriva el concepto legal continental, reza que el ciudadano particular puede ser compelido a algo, solamente cuando esto resulte de normas de justicias tales que rijan para todos. La autoridad compulsiva del Estado está circunscrita a la imposición de esas normas y en su empleo no hay criterio libre. Esto no quiere decir, ni que el Estado está limitado a la imposición del derecho, ni restringido por preceptos jurídicos en sus demás funciones. Meramente sobre el ciudadano particular no tiene ningún otro poder que el de asegurar el acatamiento de preceptos jurídicos generales.

En tanto que el Estado administre los medios a él confiados o todo el aparato estatal material y personal, no necesita ni debe estar atado de tal modo. En esto queremos también que se guíe por normas -y, en el día presente, que también éstas sean determinadas democráticamente. Y llamamos también leyes a estos cánones para la organización del Estado y las órdenes que recibe de la representación popular. Sin embargo, son algo completamente diferente de las normas jurídicas generales, vigentes para cada cual, las que hoy fijamos o cambiamos igualmente por medio de leyes.

Libertad bajo preceptos jurídicos de carácter general significaría, en efecto, que el ciudadano particular no tendría que obedecer a la voluntad de nadie, sino exclusivamente a códigos abstractos que constarían esencialmente de prohibiciones que les impedirían inmiscuirse en la igualmente protegida esfera de otros. Puesto que estas normas rigen lo mismo para todos -también, y especialmente para los legisladores y autoridades del Estado-- y en vista de que se refieren únicamente a acciones que respectan a otros, es sumamente improbable que la libertad sufra nunca un menoscabo injusto por su culpa. Representaría reglas de juego que, en mayor o menor medida, podrían ser convenientes, pero que nunca osarían prohibir a nadie algo que es permitido a otro en igualdad de circunstancias. Bien podrían vedar globalmente ciertos procederes -como métodos peligrosos de producción- o autorizarlos solamente bajo ciertos requisitos. Lo que si excluyen es toda clase de privilegios o discriminación fomentados por el Estado. Ofrecerían un marco igual para todos, dentro del cual cada persona sabe que puede conducirse lo mismo que cualquier otra.


Cuando pueden ser independientes los jueces

Naturalmente existen también principios generales de conducta que podrían representar una seria restricción de la libertad personal. La necesidad universal de una determinada observancia religiosa es, al respecto, el ejemplo históricamente más importante. Pero, si tales normas sólo atañen al proceder que tiene efectos sobre otros, y, si para desconocidos casos futuros están estructuradas de tal modo que sean tan válidas para quienes las decretan, como para todos los demás, es entonces difícil advertir en decretar normas verdaderamente generales que por otros serian recibidas como grave coartación de su libertad. La mejor señal de que se trata de tales normas es la de que la decisión respecto a si una determinada compulsión es o no permisible, puede ser completamente cedida a un juez independiente que no requiere saber nada acerca de las intenciones y fines de la autoridad.


Supuesta y genuina intervención

Casi todos los objetivos legítimos de la política económica y social se dejan alcanzar mediante tales preceptos -aunque, algunas veces, quizás sólo más incompleta, lenta y complicadamente que mediante órdenes especificas. Así, por ejemplo, pueden ser logrados prácticamente todos los objetivos de la legislación laboral fabril, la sanidad y similares disposiciones de seguridad social. Es engañoso hablar de «intervenciones» al referirse al cuadro de tales preceptos, dentro del cual el individuo puede aun decidir libremente y nunca depende del consentimiento de una autoridad. Ninguno de los grandes teóricos de la autonomía económica lo habría hecho: libertad, para todos ellos, fue siempre freedom under the law.

Bien diferentes son las cosas respecto a las intervenciones auténticas, de las cuales la moderna política económica se sirve en medida tan abundante. Fijaciones de precios, cortapisas a las cantidades, barreras a la autorización de profesiones y oficios, son disposiciones que no pueden ser aplicadas exclusivamente según reglas inmutables con vigor colectivo. Todas requieren que la autoridad permita a unos lo que a otros niegan. Sería, por lo tanto, impermisible en un sistema que admitiese el empleo de la compulsión solamente de acuerdo a guías globales. Al respecto, es completamente indiferente el que la ley misma adopte la forma de una orden específica y sea por ende indispensable discriminatoria, o el que, como es regla, faculte a una autoridad para que lo haga.

Si hemos olvidado a reconocer la diferencia entre leyes de esta clase y las que constituyen genuinos preceptos de justicia, se debe atribuir principalmente a la circunstancia de que inquirimos más por la fuente de la autoridad que por el contenido de la norma. A esto se ha llegado porque hemos encomendado a los legisladores muchas decisiones que nada tienen que ver con el decreto de cánones jurídicos.


La ley está bajo el derecho

El Estado, además, tiene muchas otras tareas fuera de la de obligar a los ciudadanos a guardar ciertas leyes de justicia. Pero no solamente con ese fin, sino también con el de garantizar todos los múltiples servicios que nos presta, requiere un vasto aparato material y personal, cuya organización y administración es dirigida también por la legislación. Las disposiciones de que ésta se vale con tal objeto, son llamadas también leyes, leyes que constituyen la gran mayoría de las resoluciones que competen hoy a las corporaciones legislativas. Pero el 95 por ciento de las mismas no tiene nada absolutamente que ver con normas jurídicas como pautas de conducta cabal.

Toda orden tolera ser investida de la calidad de leyes como aquéllas. Y, si la ley pudo una vez ser vista como el mejor amparo de la libertad, por cuanto expresaba primordialmente una regla general de justicia, hoy se ha transformado en uno de los medios más eficaces para suprimirla. Pero quién va a entender hoy la sentencia pronunciada hace justamente cuarenta años por un gran maestro del derecho: «Sagrada no es la ley. Sagrado es únicamente el derecho. Y la ley está bajo el derecho». (Heinrich Triepel).

Si se distinguiese entre verdaderas normas de justicia y otras leyes, podríamos entonces limitar toda compulsión a la imposición de preceptos de la primera categoría. Tampoco necesitaríamos una lista de derechos individuales especialmente salvaguardados, sino únicamente el fundamental derecho del individuo, verdaderamente esencia del Estado jurídico: «Compulsión debe ser empleada solamente en caso y en forma tales que se infieran -de los preceptos abstractos generales vigentes en medida igual para todos los ciudadanos y el Estado y sus organismos».


Reglas y órdenes derivadas de una misma fuente

La dificultad que se opone a la realización de esta idea no es, como podría creerse en un principio, la de que el poder ejecutivo podría así ser cohibido impertinentemente. Reside principalmente en que hemos desaprendido a distinguir entre verdaderas reglas jurídicas, en el sentido de normas de justicia y todas las muchas órdenes promulgadas en forma de leyes. Nunca evitaremos este funesto entrevero de dos conceptos fundamentales distintos, en tanto la sanción de las primeras y el decreto de las segundas competen al mismo cuerpo «legislativo».

No albergo la intención de despojar de una u otra prerrogativa a la representación popular. Creo en la democracia, y existen muchos motivos por los cuales aparece loable que, tanto la precepción jurídica, como la conducción de los negocios del Estado, reposen en el criterio de una representación democrática. Pero eso no constituye razón en absoluto para encomendar tan diversos cometidos a la misma asamblea. El ideal del government under the law puede ser logrado tan sólo cuando la representación popular rectora de la actividad gubernamental esté también supeditada a pautas que no puedan ser modificadas por ella, sino determinadas por otra corporación democrática que fije en cierto modo los principios de prolongada vigencia.

A esta amalgama de los dos conceptos legales se llegó debido a que las corporaciones, que una vez debían solamente aprobar una nueva concepción de preceptos jurídicos, trataron de acumular más y más tareas en su esfera de influencia y exigían especialmente ser consultadas acerca de la administración de los medios puestos a la disposición del gobierno. Pero un «legislativo» único puede desempeñar a cabalidad esta doble función, tan poco como una persona que pretendiese simultáneamente tomar decisiones prácticas y determinar las normas morales que debería acatar al respecto. El individuo dejaría así de ser un ente moral, para convertirse completamente en uno dominado por propósitos momentáneos. Algo muy similar ha ocurrido con los parlamentos modernos. Ya que pueden adoptar tanto disposiciones concretas, como decretar normas generales, en sus medidas tampoco son restringidos por canon alguno. Son omnipotentes, y el ideal de la distribución de la autoridad, que debería asegurar la libertad individual, haciendo que la persona fuese compelida meramente a la observancia de reglas cuyo decreto se tenía como atribución del legislador, fue destrozado debido a que este último podía promulgar o autorizar también órdenes especiales de cualquier clase. Cada una de sus decisiones fue investida de la dignidad de precepto jurídico, aun si nada tenía en común con la justicia.


Separar las funciones

¿Es verdaderamente necesario que la misma corporación ejerza ambas funciones? ¿No nos brinda el sistema bicameral existente en la mayoría de los países, un sencillo instrumento para separar ambos cometidos? Desde el punto de vista histórico, se habría podido llegar fácilmente a un tal estado de cosas. Algo así se habría originado si al tiempo en que, en Inglaterra, la House of Commons logró autoridad exclusiva sobre las finanzas estatales y, por ende, sobre la conducción de los negocios del gobierno, la House of Lords hubiese exigido el poder exclusivo de efectuar transformaciones en el derecho vigente. Tendríamos así una verdadera asamblea preceptuante del derecho, cuyas normas obligarían, tanto al ciudadano particular como al gobierno, y a la representación popular instructora de este último.

Una delimitación tal de las funciones de dos asambleas representativas requeriría, naturalmente, un potente tribunal constitucional, que contuviese a cada una de ellas dentro de los límites trazados por la constitución y determinase especialmente, caso por caso, lo que es una verdadera regla de justicia y lo que constituye apenas una ordenanza organizatoria de la administración, o algo semejante. Para que una circunscripción tal fuese eficiente, debería presuponer también que ambas cámaras fuesen elegidas conforme a diferentes principios democráticos y que su composición, por lo tanto, no fuese normalmente la misma. La preceptuante del derecho debería ser una corporación estable, elegida para largos períodos y cuyos miembros serían reemplazados paulatinamente y no serían reelegibles después de un prolongado tiempo de servicios. Pienso, por ejemplo, que los electores de cuarenta años delegarían anualmente representantes de su medio, para un período de quince años, para que así un quinceavo de sus integrantes pudiese ser reemplazado cada año. A los diputados salientes no les haría reelegibles, como he dicho, pero les aseguraría un empleo remunerado como jueces durante otros tres lustros, de tal modo que fuesen verdaderamente independientes de organizaciones partidarias.

La asamblea gubernamental, por el contrario, que se ocuparía esencialmente en tareas de corto plazo, podría tener la conformación de los parlamentos actuales y sería solamente de indicarse -hoy es muy frecuente el caso-- que el gobierno mismo sería simplemente una comisión de la corporación (o de su mayoría). Gobierno y asamblea gubernamental estarían entonces supeditadas a normas jurídicas fijadas por la otra cámara; serían ambos representantes del poder ejecutivo y así tendríamos nuevamente una verdadera repartición de la autoridad y un gobierno sometido realmente al derecho.

Permítaseme aun ilustrar con un ejemplo, cómo se coordinaría la actividad de ambas corporaciones. La segunda cámara, a la que he denominado la asamblea gubernamental, tendría poder exclusivamente sobre la determinación de los gastos del Estado. El presupuesto es quizá la ley más característica, la que menos tiene que ver con preceptos jurídicos. Podría, incluso, de año en año determinar la suma que debe ser recaudada por conceptos de impuestos y otros. Por la clave conforme a la cual serían repartidos estos gravámenes, la porción que compulsoriamente podría ser tomada a cada ciudadano tendría que ser determinada en forma de un precepto jurídico general por la asamblea preceptuante del derecho. Difícilmente puedo imaginarme una regulación más provechosa que la de quienes deciden sobre la suma global de los gastos estatales sepan que cada desembolso adicional tiene que ser pagado por ellos y sus mandatarios, con arreglo a una tarifa inmodificable por ellos mismos.


Los objetivos desalojan al derecho

No es éste el lugar para seguirse refiriendo a los detalles de una constitución tal, que por primera vez convertiría en realidad el ideal del Estado jurídico. Quiero solamente agregar que, mientras más me ocupo en esta idea, bosquejada inicialmente sólo como experimento mental, más digna me parece de seria consideración. Acaso pueda aún, para concluir, compendiar el principio que le serviría de base, mediante las agudas expresiones que al respecto oí recientemente de mi colega londinense, el profesor Michael Oakeshott. Él distingue entre el ideal de una sociedad nomocrática en la cual rigen solamente reglas jurídicas generales, y el hecho de una telecrática que compele al individuo a servir a determinados fines señalados por el gobierno y que se caracteriza cada vez más. El telos, o la conveniencia, desaloja siempre más al nomos o el derecho. ¿Podemos contener aún este proceso y salvar la libertad personal si, como los antiguos atenienses, confiamos todas las modificaciones del derecho (a las cuales puede ser obligado el particular) a nomotetas especiales y sometamos del todo los igualmente elegidos telotetas, si se me permite conformar tal expresión, facultados para administrar metódicamente los medios encomendados al gobierno, a los nomos fijados por los primeros? No creo que, sin un cambio tal de nuestras instituciones, podamos detener o hacer retroceder este ya tan avanzado desenvolvimiento. La solución que hemos insinuado posibilitaría a la vez la creación paulatina de un orden supranacional, en el que todos los gobiernos nacionales empeñados en la coronación de metas concretas, estuviesen así subordinados a normas iguales que al mismo tiempo protegiesen a los ciudadanos de la arbitrariedad de sus gobernantes.