jueves, mayo 22, 2008

POR FÍN...

Todos los agentes que actuamos en el ámbito de la comunicación –editores, periodistas, consultores, responsables de gabinetes de prensa y comunicación—participamos de muchos criterios comunes y de entre ellos uno en particular: no son necesarias más normativas regulatorias de carácter deontológico; o en otras palabras: todos apostamos por la dotación voluntaria de unos principios que establezcan una regulación ética del modo de conducirse en la obtención y transmisión de la información y, todos también, creemos que, de forma igualmente voluntaria, deben establecerse lo que se denominan perímetros de actuación de los distintos actores del mundo de la comunicación.
En este sentido ha sido una buena noticia la decisión de la Corporación Radio Televisión Española de aprobar –con ratificación mediante refrendo de sus empleados—de un código deontológico que, al tiempo que trata de salvaguardar bienes constitucionalmente protegidos (el honor, la intimidad, la imagen, la infancia), establece renovados principios propios de la lex artis del oficio periodístico. Esta iniciativa de la TV y Radio públicas ha coincidido con la publicación en España, gracias a la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), del manual de directrices editoriales de la British Broadcasting Corporation (BBC), que luce un subtítulo muy sugestivo: “valores y criterios de la BBC”. Se trata de un auténtico libro de estilo que aborda tanto los aspectos deontológicos como los profesionales que deben ser observados en una corporación pública de medios audiovisuales.
Un correcto y sólido modelo de valores deontológicos, ampliamente compartido por los agentes del ámbito de la comunicación, hará al sector más fiable y más fuerte. Y sobre todo: perfectamente previsible. Si todos sabemos dónde están los límites, no sólo se evitarían lesiones a los derechos individuales, sino que cada cual ocuparía su lugar. Así la relación entre medios y empresas, o entre aquellos y las Administraciones Públicas, responderían a esquemas de máxima transparencia y en las funciones de intermediación y de asesoría comunicacional solo podrían actuar aquellas –personas y compañías—plenamente profesionalizadas.
En buena medida, el deterioro deontológico en la comunicación se ha producido por la ya larga irrupción del intrusismo profesional: gentes y empresas que se han introducido en la comunicación sin preparación adecuada y con propósitos efímeros de mínima permanencia en el sector y máxima optimización de su oportunismo. Por eso, ir avanzando en la arquitectura ética y profesional de los agentes de la comunicación, además de una cuestión de responsabilidad social, es un demanda para fortalecer el sector evitando injerencias que, cuando se producen, pueden lesionar su autonomía. La autorregulación, más allá del tópico, sigue siendo la mejor alternativa. Lo demuestran iniciativas como la de RTVE y la BBC y los ya varios códigos deontológicos vigentes que forman un corpus de referencia muy considerable y cuyo reto consiste en su verdadera y efectiva aplicación desde la libre asunción –es decir, sin coacción sancionadora—por los profesionales de la comunicación.

viernes, mayo 09, 2008

Os aconsejo un libro: Cómo convertirse en un icono progre

MANUAL DE AUTOAYUDA
Pablo Molina. Cómo convertirse en un icono progre. Prólogo de Juan Carlos Girauta. LibrosLibres.
Madrid, 2008. 159 pp. 16 €


Suele considerarse que el artículo de Émile Zola "Yo acuso" (1898), sobre el proceso por traición contra Alfred Dreyfus, marca el comienzo del decisivo papel político de los intelectuales en la era contemporánea. No tanto por su influencia en sí -pues los hombres de pensamiento la han tenido siempre-, sino porque fue la primera vez que su repercusión fue masiva al librarse la batalla en los periódicos, hasta el punto de partir en dos la sociedad francesa.Intelectuales en ese sentido los ha habido de izquierdas y de derechas (en febrero falleció a los 83 años William Buckley, revitalizador del conservadurismo norteamericano y uno de los artífices de la revolución reaganiana), pero ya fuese porque los partidos comunistas supieron adularlos y utilizarlos -sería interesante una reedición de la impagable obra Compañeros de viaje de David Caute-, ya fuese porque Antonio Gramsci (1891-1937) descubrió la utilidad de la superestructura para la implantación de un leninismo cultural allí donde no triunfase el leninismo político, el caso es que la izquierda se adueñó del concepto. Y desde hace décadas ha logrado imponer la ecuación cultura = intelectuales = izquierda... aunque sean falsas las tres ecuaciones que subyacen en ella.De los intelectuales... bajamos un peldañoLa alteración de tantas cosas que supuso Mayo del 68 bajó bastante el nivel de quienes ejercían esa influencia: los intelectuales dejaron de ser filósofos y escritores para ser -sobre todo- cantantes y actores de cine. Se transformaron de vanguardia del proletariado en conciencia moral de la Humanidad, y dejaron de servirse a sí mismos y al Partido para servirse... solamente a sí mismos.Es ahí donde entra Pablo Molina. No porque figure entre los miembros del grupo -líbrele Dios-, sino porque acaba de publicar una obra, Cómo convertirse en un icono progre (LibrosLibres) donde describe precisamente eso: la asombrosa capacidad de ese grupo para salir beneficiado económicamente de las causas que emprende y que le convierten en supremo aleccionador ético del resto de los mortales.En España fue en 1993, al ver por primera vez el PSOE amenazada su continuidad en el Gobierno, cuando dicho grupo comenzó a funcionar como algo organizado y con objetivos inmediatos de movilización. Pero fue la segunda legislatura del PP, con las polémicas por el Prestige y la Guerra de Irak, la que asistió a su esplendor. Y alcanzó el éxtasis de autocomplacencia con la Plataforma de Apoyo a Zapatero, nacida bajo dos insultos: el de "imbéciles" y "estúpidos" a quienes discreparan de sus planteamientos.El arte de hacer lo contrario de lo que se predica Molina ha aprendido de su forma de pensar y de vivir y nos la presenta en forma de manual de autoayuda: "El progre en ciernes encontrará en este libro unas claves muy sugestivas para ordenar su vida y encaminarla a las cumbres del éxito". A los demás les promete "unas risas".Porque, con ese humor cuya falta se le ha echado en cara a la derecha alguna vez, el autor explica "cómo usufructuar la riqueza capitalista, fingiendo anunciar el advenimiento de la revolución". No son cosas de Molina, no. Esa contradicción es conocida y asumida por sus protagonistas. Noam Chomsky, por ejemplo, reconoció en una ocasión que él hacía todo aquello que criticaba en sus escritos: ganar cuanto más dinero mejor, rentabilizarlo al máximo y pagar la menor cantidad de impuestos posible. Pero en su caso estaba bien por una razón sencilla: "Mi familia y yo estamos intentando ayudar a la gente que sufre".Para Víctor Manuel, a quien una vez le preguntaron por qué, teniendo las ideas que tenía, no repartía su dinero entre los necesitados, la solución al dilema es menos poética: "Soy comunista, no gilipollas". El marido de Ana Belén ocupa bastantes páginas de este manual de autoayuda, porque todo aspirante a progre que se precie tiene en él un buen ejemplo de cómo disponer de dinero público para la promoción personal gracias a los concejales de festejos.Luego están ejemplares del universo norteamericano como Michael Moore, artista de la docuficción, quien sabe que con una "conclusión previa sugestiva... la llegada de la fama y el dinero es sólo cuestión de tiempo". O Al Gore, que censura el abuso del combustible tanto como utiliza su jet privado para cruzar el mundo predicando la buena nueva climática a cambio de las conferencias mejor pagadas del planeta.O la telebasura de Javier Sardá, una máquina de ganar dinero fomentando por la noche todo lo que la intelectualidad progre desprecia por la mañana, o Mercedes Milá, quien le hacía ascos a esos productos televisivos hasta que se pasó a Gran Hermano porque se trataba de "un experimento sociológico de primer orden". La superioridad moral de la causa quedaba así salvada.Fijándose en éstos y otros ejemplos, Molina pone en solfa la hipocresía del canon digital, presentado por la SGAE como una defensa del interés público pese a que criminaliza al conjunto de la ciudadanía con un impuesto preventivo; o las subvenciones al cine que reciben los apóstoles de la redistribución. Y todo ello con humor: pues no estamos ante un libro desagradable o hiriente, sino festivo. Eso sí, como debe ser el humor político, muy malintencionado. Con los cuartos que nos sacan los zaheridos, que aguanten mecha.

A vuestro alrededor veréis muchos que os recordarán a ...otros. Felíz lectura